Si acaso huelo un aliento nítido de la montaña, del romero de sus faldas, el recuerdo me quemará por dentro.
Si pudiera escuchar el canto divino de los pájaros que dibujaban manchas negras en el cielo azul... cuánto daría, señor, cuánto por volver a tocar piedras heladas en el caluroso verano.
Que la bailarina del tiempo se detenga, que el mundo calle; solo quiero oír mi propio mundo. Algo en mí ansía centrarse en la hermosura de ese momento fugaz, mientras todo lo demás se convierte en polvo. El ahora es simple espejismo de humo cuando me derrito en aquel recuerdo.