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jueves, 29 de abril de 2010

She is the best princess of the princesses :)





-Dice mi dedo: no, no, no.
-¿No te quieres disfrazar? ¿No quieres ir disfrazada de egipcia con todos tus amiguitos?
-Que no, que es el dedo el que dice que no, ¿eh?
-¿Y tú sí quieres ir?
-¡Sí! ¡Era el dedo el que no quería ir!

miércoles, 21 de abril de 2010

A mis Abuelos y al resto de los Ochentaypicos



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Ya solo susurraban al oído, solo murmuraban y nadie podía entenderles, pero a mí me gustaba pensar que se decían cosas bonitas y dulces, que se llamaban amor, que de letra en letra se enviaban besos chocolateados y arrugaditos, besos de siempre, de los que tenían guardados en la vieja caja de hojalata de los besos susurrados.

Pasado el tiempo daban igual las rosas o las ligas, a pesar de que ella seguía ciñéndoselas cada mañana a los muslos.

No se les había perdido el cariño, quizás sí la pasión, pero aún la miraba con esos ojos de niño, ya grises y viejos, aunque aún tenían el brillo claro y puro al mirar las finas arrugas de su Pepita.

La mirada de ella decía que a pesar de que no seguía poseyendo la fuerza en sus brazos, era su protector; su tejado en la tormenta, el amarre en la marejada.
La sobreprotección de las manos de Antonio sobre ella, aunque a veces le ahogaban ligeramente la libertad, otras veces eran una almohada en el suelo, su apoyo y cariño.
Si Antonio hubiese querido ir a la China en barca, ella hubiese estado dispuesta a remar todo el camino.

Un ligero y rápido beso colmó la mejilla de Pepa.

Mi sonrisa superó el brillo de la llama de la hoguera que adormilaba la habitación con su suave tono. Hacía mucho que no veía tal cercanía física.
Me día la vuelta y abandoné a la pareja en silencio.

Demasiada realidad para mis imposibles.

viernes, 16 de abril de 2010

Ese bendito pecado que nos hace perder la cabeza y la noción.


Quería verla por última vez, a pesar de saber que únicamente serviría para hacerse daño. Pero la necesitaba para poder seguir adelante con su vida, y si para ello tenía que ser un estúpido, lo sería.
Solo quería volver a ver ese brillo en los ojos color melocotón oscuros de Amelie. La sonrisa que iluminaba la habitación, literalmente. Ese sentimiento de tranquilidad que empapaba todo como una húmeda mañana de Noviembre; aguarchaba las cortinas, empañaba los espejos para hacerles llorar más tarde con el roce de su dedo al escribir te quiero, las sábanas, y hasta el sol parecía calado con esa sonrisa, la sonrisa de Amelie, su Amelie.
Quería ver por última vez el vuelo de su flequillo recto bailando sobre sus pestañas como las alas de una mariposa posándose en pétalos de terciopelo. Y los mofletes morenos que se coloreaban levemente cuando le acariciaba con las yemas de los dedos la rodilla, cual arañita juguetona.

Ese aire de niña buena que tenía luciendo un picardías, aunque sean dos conceptos que se contraponen, Amelie conseguía fundirlos con una preciosa liga rosa rematada con puntillas doradas.

Realmente necesitaba verla una vez más.
Le iba a doler y mucho, pero se le hacía inevitable desear sus manos cuales porcelanosas ramitas de almendro rozando las suyas. Los dedos de Amelie decorando su cuello. Sus uñitas cosquilleando las venitas del cuenco de su codo.

Quería a Amelie, la amaba y le daba igual si estaba en el cielo o en el infierno en ese momento .
Para él, siempre fue Su Angelito.

sábado, 3 de abril de 2010

Todo cae.



Violadores del Verso.


Una vez sentí que las paredes de una casa no servían para resguardarnos del frío; servían para ocultar lo que dentro se cocía, y que para eso servían las chimeneas: para expulsar el humo en forma de cenizas que nuestras relaciones familiares generan. Las puertas eran como aquel programa de jóvenes cantantes, Lluvia de estrellas, donde los niños se metían por una estrella y salían convertidas en los cantantes a los que iban a representar. Nosotros nos convertimos en las personas que queremos ser, en lo que nos gustaría ser. Y al fin y al cabo, ¿no es entonces la calle una fábrica de sueños? es donde puedes ser como te gustaría, ¿no? Pues no, porque en el fondo también nos gusta un cachito de nosotros que quizás no esté en ese personaje que pisa la calle, quizás sea esa mínima parte de nosotros la única que luche por nuestra integridad y razón, y al final, acaba ganando batallas que nosotros no somos capaces de enfrentar, y sí, lo hace ella solita. La rebelde parte de nosotros tiene una energía propia e independiente de nuestro humor, que siempre en secreto y sin que nos demos cuenta, va comiendo terreno a esa falsa careta, a los muros de nuestra casa entrando por la chimenea hasta que llega a nosotros mismos y nos desnuda.

Y sin saber cómo, somos felices, aunque parezca raro. ¿Somos felices aún cuando no podemos interpretar a quienes querríamos, porque destrozamos la actuación?
Pues sí.

El mejor actor no necesita de maquillaje.