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lunes, 17 de mayo de 2010

La Tía Toñi hace las mejores meriendas del mundo mundial



Desde pequeña lo adoré, no sé cómo ni porque.
En realidad no tiene iglesias bizantinas de marcados retablos ni frescos en cada esquina, no tiene calles empedradas con arcos en las entradas ni escudos en las fachadas de piedra caliza, sin embargo Villalba de Rioja cobija una perla entre sus viñedos, una verdadera joya que se desliza sin ningún reparo por sus calles.

La Tía Toñi.

Es de esas tías que... que a todo el mundo le gustaría llamar tía.
De las tías que cuando te dan besos, parece que se te van a quedar grabados y te imaginas años después echándola en falta por cualquier motivo, en tu vida, sintiendo esos besos repetitivos y picoteantes tan llenos de sabor aún en la piel, e incluso creyendo que si te miras al espejo, puedes verlos.
Cuando más guapa está, es cuando se pone un delantal. Y sí, claro, cuando se maquilla y a pesar de los años, sigue siendo tan guapa, TAN GUAPA, porque la tía Toñi era increíblemente guapa -tenía el pelo largo, liso y oscuro, con ojos achinados de forma que nadie podría negar que era una auténtica azteca en plena sierra ibérica, con unas finas y suaves piernas de alfileres pero con forma, ella tenía curvas y tenía carisma, sonrisa enorme y agradable, y blanca como ninguna otra-.
La Tía Toñi hace las mejores meriendas del mundo mundial. Y eso por no mencionar los desayunos de chocolate caliente y bizcocho (magdalenas en su defecto).

La finca de la Tía Toñi tiene de todo; desde una pequeña y bonita bodega, hasta melocotoneros, caballos, gallinas, perales, cerdos, conejos, una apañada huertita, rosales, fresas, setos, nueces por el suelo, almendrucos...
Y lo mismo la tienes el Domingo en zapatos de tacón, como te la encuentras en zapatillas de casa por la finca con sus tres nietecitos enseñándoles los nombres de las flores, repartiendo besos y sobre todo, el tiempo del que disponga o no.

Cuando yo era pequeña (y volviendo a la raíz del asunto) me encantaba subir a Villalba. En cuanto llegábamos en el coche, la tía ya estaba asomada en la bonita y blanca terraza con su sonrisa, me bajaba del coche a todo meter, con cinturón o si él, ¿eh?, cogía la llave de la cochera por donde se accede a la casa -no os penséis que os voy a desvelar el escondrijo-, abría la puerta, y ya se podían olvidar mis padres de mí, porque cogía la escaleras de tres en tres hasta llegar a los cariñosos brazos de la Tía Toñi.
Si era invierno, calentaba la chapa con los maderos que yo le ayudaba a subir en la cesta de mimbre, y si era verano, paseábamos por la finca haciendo todo tipo de tareas y labores que tan gustosamente desempeñaba con mi ayuda -que sería más des-ayuda que otra cosa-. Pero eso sí: siempre volvía con alguna pulga a casa que me desquiciaba una semana o dos, hasta que volvía a subir, aunque me daba igual, ¿eh?
Eso eran gajes del oficio... =)


¿Y sabéis? La quiero con todo el alma que tengo en el pecho, la quiero en cada extremidad, la quiero de respiración en respiración, su olor, su pelo, sus besos, la quiero con o sin Villalba (aunque me duela admitirlo), la quiero por Norte y Sur, cada ápice de su cuerpo tendrá por siempre el cariño de su sobrinita, la más pequeña de todas, la del pelo largo, la de los hoyuelos, la de los vestidos y lazos.
Yo, la querré por siempre.


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1 comentario:

¡Aleteame palabras de purpurina!