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viernes, 16 de abril de 2010

Ese bendito pecado que nos hace perder la cabeza y la noción.


Quería verla por última vez, a pesar de saber que únicamente serviría para hacerse daño. Pero la necesitaba para poder seguir adelante con su vida, y si para ello tenía que ser un estúpido, lo sería.
Solo quería volver a ver ese brillo en los ojos color melocotón oscuros de Amelie. La sonrisa que iluminaba la habitación, literalmente. Ese sentimiento de tranquilidad que empapaba todo como una húmeda mañana de Noviembre; aguarchaba las cortinas, empañaba los espejos para hacerles llorar más tarde con el roce de su dedo al escribir te quiero, las sábanas, y hasta el sol parecía calado con esa sonrisa, la sonrisa de Amelie, su Amelie.
Quería ver por última vez el vuelo de su flequillo recto bailando sobre sus pestañas como las alas de una mariposa posándose en pétalos de terciopelo. Y los mofletes morenos que se coloreaban levemente cuando le acariciaba con las yemas de los dedos la rodilla, cual arañita juguetona.

Ese aire de niña buena que tenía luciendo un picardías, aunque sean dos conceptos que se contraponen, Amelie conseguía fundirlos con una preciosa liga rosa rematada con puntillas doradas.

Realmente necesitaba verla una vez más.
Le iba a doler y mucho, pero se le hacía inevitable desear sus manos cuales porcelanosas ramitas de almendro rozando las suyas. Los dedos de Amelie decorando su cuello. Sus uñitas cosquilleando las venitas del cuenco de su codo.

Quería a Amelie, la amaba y le daba igual si estaba en el cielo o en el infierno en ese momento .
Para él, siempre fue Su Angelito.

2 comentarios:

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