Solo quería tropezarme y caerme sobre un fresco césped lleno de margaritas y sin bichitos que me ponen nerviosa. Una de esas caídas tras las que no puedes levantarte de la risa. Reírme ahí en el suelo con el diafragma hecho añicos. Coger aire y no volver a tomar una respiración. Que sean tus labios aferrando los míos quienes me suministren todo lo que necesito.
Me senté en un taburete y comencé a sorber el café. Poquito a poquito. Que me mola más.
Emma se subió sigilosa a mis piernas. No me había enterado de que sus ojitos ya habían amanecido con la primera flor de la ansiada Primavera. Su larga cola se insinuó por mis narices, como esas chicas que enseñan la liga pero hasta ahí pueden leer.
Y entonces apareciste tú por la puerta. Solo llevabas el pantalón del pijama, como de costumbre. Tu pelo rubio estaba alborotado. Con la mano arrascabas lo poco de sueño que te quedaba en la nuca.
Te acercaste y con la dulzura con la que acaricia el sol a las curvas del horizonte, me quitaste la última lágrima que aún se mecía tranquila en mis pestañas.
-Te quiero muchísimo, amor. Gracias por quererme.
-Estoy encantado de quererte.
Y mientras que Emma se moría de celos, la leve cortina de la Primavera dejó desvanecer el rayo de sus labios en la manzana de mi boca.
Feliz Primavera, Bloggeadores :)