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martes, 20 de julio de 2010

Caladas de felicidad




Paseaba por las aceras desnudas.
Los faros de los coches barrían la noche.
Bellanie se imaginaba metida dentro de un videoclip, dentro de las canciones de su iPod y se reía en silencio, dejando que asomasen a su boca las últimas gotitas del perfume de la felicidad.

Al pensar en ella, intentó recordar cuanto hacía que no la sentía; esas ganas de comerse el mundo a carcajadas, de fumarse el mundo entero a caladas largas, de bailar con las sombras a las que todo el mundo temía sin miedo alguno, subirse a unos tacones sin ver altura.
·se miró las manoletinas, sonrió·

Quiso volver a comerse cada noche, así que se metió dentro del primer antro que se le puso en mitad del camino.
Estaba vacío, a excepción de un camarero rubio y amargado que se estiró al verla entrar. Olía a humedad, a tabaco y a madera roída.


-¿Qué va a ser?
-Whisky. No escatime.
-Usted manda, señorita.
-Me hice mujer hace tiempo.
·le sirvió su copa·
-¿Desea algo más la señora?
·colocó un billete de cien encima de la pegajosa barra·
-Unos cuantos como este.
-Prométame que no me va a hacer arrastrar a una belleza tal fuera de mi local.
-Prométame que me tratará con algo más decencia de la que ha sido capaz de hacerlo el mayor amor de mi vida.
·largo silencio·
-No le merece.
-Nadie.
-No pensaba hacer el atrevimiento, pero le quita usted a uno las ganas.
·Bella sonrió, como una larga calada a la repentina felicidad·
-¿Cuánto me darías?
-¿Acaso puede alguien ponerle precio?
-Espero que notase la ironía... no quiero que piense que... claro...

·Alargando su torso por encima de la barra, salpicó un beso a los labios de Bellanie. Esos besos carnosos que se quedan pegados y los saboreas con ansias de más. Esos besos por los que alguien puede, incluso, llegar a olvidar al peor Churt·

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