Los faros de los coches barrían la noche.
Bellanie se imaginaba metida dentro de un videoclip, dentro de las canciones de su iPod y se reía en silencio, dejando que asomasen a su boca las últimas gotitas del perfume de la felicidad.
Al pensar en ella, intentó recordar cuanto hacía que no la sentía; esas ganas de comerse el mundo a carcajadas, de fumarse el mundo entero a caladas largas, de bailar con las sombras a las que todo el mundo temía sin miedo alguno, subirse a unos tacones sin ver altura.
·se miró las manoletinas, sonrió·
Quiso volver a comerse cada noche, así que se metió dentro del primer antro que se le puso en mitad del camino.
Estaba vacío, a excepción de un camarero rubio y amargado que se estiró al verla entrar. Olía a humedad, a tabaco y a madera roída.
-¿Qué va a ser?
-Whisky. No escatime.
-Usted manda, señorita.
-Me hice mujer hace tiempo.
·le sirvió su copa·
-¿Desea algo más la señora?
·colocó un billete de cien encima de la pegajosa barra·
-Unos cuantos como este.
-Prométame que no me va a hacer arrastrar a una belleza tal fuera de mi local.
-Prométame que me tratará con algo más decencia de la que ha sido capaz de hacerlo el mayor amor de mi vida.
·largo silencio·
-No le merece.
-Nadie.
-No pensaba hacer el atrevimiento, pero le quita usted a uno las ganas.
·Bella sonrió, como una larga calada a la repentina felicidad·
-¿Cuánto me darías?
-¿Acaso puede alguien ponerle precio?
-Espero que notase la ironía... no quiero que piense que... claro...
·Alargando su torso por encima de la barra, salpicó un beso a los labios de Bellanie. Esos besos carnosos que se quedan pegados y los saboreas con ansias de más. Esos besos por los que alguien puede, incluso, llegar a olvidar al peor Churt·
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