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lunes, 26 de julio de 2010








Se miró al espejo una ultima vez.
La mirada de repulsión recorrió las curvas que hondeaban sobre su cuerpo cual calor sobre el asfalto.
Bajó despacito las escaleras, como si tuviese nubes bajo los pies.
En la cocina.
Pensó en hacerlo en su cuarto, pero al fin y al cabo, todo era culpa de su madre. Siempre con las mismas historias de que estás guapísima y de que tienes que terminarte el puto plato delante de mis narices.
Se quedó allí para que sufriera más al verla, como una alfombra de tigre que alguien utiliza de adorno. ¿No era tan preciosa?
Se lo merecía. Ella y su madre. Ella por gorda, su madre por mentirosa.

La sangre cubrió sus brazos al levantar las palmas para manchar lo máximo posible la estancia. También le goteaban las mejillas y, sobre todo, una manta roja comenzaba a deslizarse por debajo de su ombligo gordo, rechoncho y asqueroso.

Y un saco de huesos teñido de rojo se desplomó sobre el suelo. No hizo ruido alguno.
Como el árbol que cae y no hay nadie para escucharlo.

1 comentario:

  1. qué... duro, madre mía. Pero me ha gustado. Al igual que la foto. Bonito vientre.

    muac, preciosa!

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