Meryl se quedó ahí, con las pecas cayéndole a chorros por las mejillas, el pelo enredado, el vestido azul turquesa arrugado entre los pliegues el viejo sofá de cuero, acariciándose las medias hasta la rodilla de lana salmón y la mirada perdida en las cortinas cerradas.
Los pasos calque se alejaban rítmicamente de escalón en escalón, y en cada descansillo se oía una leve pausa, como si se pensase en dar la vuelta y retirar todo aquello ya dicho y pedir perdón. Pero después de ese breve silencio, siguió cayendo por las escaleras hasta que se apagaron los pasos, el ruido, el ritmo, la palpitación... el pulso del corazón de Meryl.
Se levantó del sofá y fue derecha a la nevera. Sacó mortadela, pan bimbo y mantequilla y comenzó a hacer sandwiches. Amontonó muchísimos en una fuente y los tapó con un paño húmedo.
Sabía que volvería hambrienta y preparada para comérsela a mordisquitos en el ombligo, como a Meryl le gustaba.
Fue a la habitación, se desnudó y comenzó a encender las velas blancas, que las rojas no le gustaban nada y se quejaría cuando las viese, y claro, las soplaría y ¡Ala! a follar sin luz. ¡Pues no!
Meryl podía ser de todo menos quisquillosa, pero te aseguro que si se apagaban las velas; no había sexo.
Si se encendía la luz; no había sexo.
Si se cerraba la puerta; no había sexo.
Si no goteaba el grifo de la cocina; no había sexo...
Porque de las poquitas manías de Meryl, el 97% eran sobre sexo. No le gustaba la luz de la lámpara porque se veía demasiado, pero en oscuridad no veía nada, le encantaba que retumbasen los gemidos de ambas en todas las paredes de la casa y que su amor se proclamara más allá de la habitación, que colmase su pisito entero, y le molaba muchísimo oír el golpear de las gotitas dulces en el fregadero cuando se abrazaba a ella y descargaban todo aquel sudor en la almohada, exhaustas.
Pero no volvió, ni siquiera con aquel olor a mortadela.
Así que Meryl, triste, más que eso, tristona, amargada y agotada, volvió a enfundarse en su vestido y sus medias hasta la rodilla.
Para terminar de encharcar toda aquella pena.
Feliz Otoño Boggers, os deseo que disfrutéis
tanto como yo, de mi estación preferida del año.
Que aprovechen las castañas.
¡Mua!
Pobre Meryl. ¿Y los bocadillos de mortadela se quedaron sin ser comidos?.
ResponderEliminarChica del pañuelo... me encanta cóm o escribes y describes escenas. Tienes talento.
Hoy he de poner una entrada especial en mi página, así que será mañana cuando publique lo de mi nick, te lo debo amiga.
Un beso y que sepas que me alegro de verte de nuevo.
!!Ya he puesto en mi blog lo de mi nickkkkkk!!
ResponderEliminarUn beso
oh sí :)
ResponderEliminarotoño también es mi estación preferida.
Qué sea mágica para tí también
:*