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sábado, 30 de octubre de 2010

El ego de Mario.






Sonia tenía todas las palabras que quería decirle, estancadas en la lengua, como si se hubiesen agarrado a ella con alambre de espino y costase arrancarlas.

Mario le miraba a los ojos, con ese estúpido ego grabado en la mirada.

-¡Eres un idiota, egocéntrico y engreido niñato!

-Puede, no lo niego bonita, -dijo con voz, hasta lo empalagoso de dulce- pero sé que mueres por mi huesos. No te culpo por ello, es normal.

-¡Tú sí que no eres normal! A ver si lo entiendes, que te odio, que me das asco. Esa chulería tuya... no irás muy lejos con ella, pero allá tú.

-Ire hasta donde a mí me de la gana. Yo no tengo límites con este cuerpazo y esta carita, nena, a ver is lo entiendes.

-Creo que no merece la pena hablar contigo, Mario.

-Pues bésame.

-Ni lo sueñes.

-No pienso rogártelo, y tú te lo perderás...


Sonia fue directa a pegarle un bofetazo, pero tropezó y calló justo en sus brazos, en bandeja, atontada y confusa.

-Si es que no puedes resistirte.


Y besó los labios de una tonta, liada y enamorada Sonia, que solo quería quererle y amarle, vivir el resto de sus días con él, con el hombre más repugnante, más odiable y detestable que existía sobre la faz de la tierra.

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