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domingo, 6 de septiembre de 2009

Rojo pasión

Cuando amaneció; la luz se filtraba entre las rendijas de la ventana, y entre mis pestañas.
Me encontraba enrollada como un rollito de primavera entre las sábanas, pero no era primavera.
La aurora se comía el cielo engullendo sin masticar tan siquiera.
Y la nieve cabalgaba sobre su caballo anunciante de Navidad por las calles desiertas, llenas de agua tan helada como el corazón de quién ahí abandonada me dejaba cada mañana.

Me levanté sintiendo el frío en mis uñas recién pintadas para la velada que la noche anterior debería haberse celebrado.
Me puse unas zapatillas rojas de sangre y me dirigí hacia la ventana:
Un día perfecto de navidad, pero sobre la alfombra, gran mancha asediaba la habitación, y sin compasión se hacía dueña y señora con su rojo pasión; pasión olvidada entre las bebidas y el alcohol.
En en suelo mi maldición yacía fría y con los ojos abiertos, me seguía mirando tan despreciablemente como antes de que mis afilados pensamientos le desgarraran la razón, pero en forma de cuchillo.
Me acerqué a la ventana y le ví a ella, la señorita de largos cabellos rubios, vestidos de noche, que más bien no tapaba ni las lejanas estrellas, unos zapatos rosas con tacón de aguijón y un largo abrigo marrón tierra.

Llamó tal y como yo esperaba que lo hiciera, pero no, no atendí a la llamada que en forma de "ring" a la puerta me esperaba. Mejor me quedé ahí fijada con clavos y tornillos esperando a que la agradable señorita se acercara a mi ventana y viese al que cada noche le acompañaba derramando sangre sobre la tupida moqueta, que tan blanca ya no quedaría, y junto a ese aspecto tan maldito, estaría yo mirándola fijamente y asintiendo los desperfectos que sobre su querido había causado.

Y así ocurrió, chilló y chilló. Fijamente me miró y observó la mano que en ese momento me sujetaba felizmente el diablo.
Nunca me había sentido más orgullosa de mi misma, sabiendo lo que habían hecho mis endemoniadas manos.
Y me las miré como una niña a su muñeca preferida, sonreí y para cuando me dí la vuelta ella ya no estaba allí... todo, ya, me daría igual.

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