Hojas secas

Ella iba por la calle, caminando como siempre, sola y sin algún atisbo de sentimientos, cuando, de repente, una hoja seca se desplomó sobre su cabeza. Se quitó los cascos y la cogió de su gorro, con cuidado de que el tallo no se hubiera enredado entre la lana, y miró la hoja con curiosidad.

¿Qué habría llevado esta hoja hasta allí?

Todos los árboles del parque estaban aún verdosos, no mucho, pero lo suficiente como para no dejarlas escapar entre sollozos de las nubes.

Miró a su alrededor. No era muy fácil descubrir a la persona entre tantas otras.

Llevaba dos semanas recibiendo cartas con hojas secas en su interior. No ponía nada en ellas, solo hojas.

¡Se estaba volviendo loca! ¿Quién podría ser? Esto no era normal...

Y de repente un niña, una niña pequeña con un precioso pichi de pana fina azul marino y dos trenzas de espiga bien amarradas a su cabellera y atadas con unos lindos lazos azules en cada extremo de las mismas, toda ella coronada por una preciosa sonrisita.

La niña metió la mano en el bolsillo y, mientras se quedaba con la boca abierta, la niña sacó otra hoja. Extendió la mano y dejó caer la hoja al suelo, pensando que ella pondría su mano y la recogería en la trayectoria, pero no tenía ni fuerzas para sacarlas de los bolsillos del abrigo, esto no podía estar pasándole a ella.

-Preciosa, ¿para qué me das esta hojita?-

Ella extendió su fino bracito y señaló a un banco de madera que estaba vacío -Él me mandó dársela. ¡Y me dio un chupa-chups a cambio! ¿Sabe? Me gustan los chupa-chups de fresa.- Y con una tremenda sonrisa, se metió el preciado premio a la boca y se alejó a pequeños saltitos. En su mirada se veía que se había dado cuenta de que la hoja no había sido un mensaje muy feliz para ella.