Mi vida es una paella.
Mi vida es una paella con tropiezos.
Tropecientos tropiezos entre los que comprenden dolores –ya sean buscados o no-, comprenden felicidad –que al final se acaba-, comprenden sonrisas –que se ensucian-, comprenden lágrimas –que no merezco.-
Lo que más me fascina es que tengo que comerme TODO el plato, y ya me dirás tú como se consigue eso.
Yo sólo tengo una solución: después de cada tropiezo, hay que volverse a levantar, tener ánimo –sacado del mismo centro de la tierra- y seguir engullendo como una vaca mula que no tiene otra aspiración en la vida, que no le queda otra. Apechugar.
Pues mi plato se derramó. Se derramó la purpurina de la que teñía concienzudamente todo, los gemidos de película que manchaban mis sueños… el plato se cayó –lo tiré yo- y todo lo que había en él se quedo por los suelos, sucio, pero libre al fin.
Porque mejor morir en pié que vivir arrodillado.
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¡Aleteame palabras de purpurina!