Levanté la mirada y encontré tus ojos pegados a mis labios, tu mirada hipnotizada con mi escote y tu sonrisa rozando mis nervios.
Tenía tus manos dentro de mis ganas y al lado de mis caderas, ya se aproximaban a el esquina del placer y no se encontraban muy lejos de mi culo.
Tu pecho se resbalaba por el mío y refrescaba mis fantasías.
¡Y ya ni hablar de tus labios!.. se encontraban en lo más hondo de mi garganta y no me dejaban articular palabra, tenía tu lengua en la cabeza, robándome todo pensamiento que no fueras tú y tu estúpida belleza.
¡JODER!
Cuantísimo la odio.
La tengo en el olor del cloro, de la hierva, del chocolate, de la lavanda, del sol, de la lana, del suavizante y de las tabaqueras.
Tengo tu belleza clavada en el corcho de mi habitación y comparte chincheta con tu madurez y firmeza, con tu seriedad y jocosidad -las cuales se mezclan con sonrisas- y hablando de ellas... las tengo aparte, no me atrevo a juntar tu perfecta sonrisa con cualquier otra cosa, no vaya a ser que se me ensucie.
Tampoco me olvidaré de tu voz chillándome al oído, por encima de la música, los chillos y las bromas que nos rodeaban sin compasión existente.
Palpé tus ganas y me despedí de cada partícula de ocre oscuridad que tienes guardada en esos enormes ojos con una rápida y juguetona mirada.
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