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jueves, 30 de julio de 2009


Todas las noches, te quitas los zapatos de tacón, apareces con los pies rojísimos y doloridos, con la cara de sufrimiento y mirándote al espejo, pero siempre dices lo mismo:

-Ahora la cremita y mañana, ¡como nuevos!- ganas que tienes de ver el vaso medio lleno.

Te desnudas y dejas ver tus diminutas braguitas de victoria´s secret, ESAS que cuando te las pones, es el día en que más deseo que oscurezca y la luna fije sus enormes rayos plateados sobre nuestra cama.

Vas al baño y pasan siglos mientras pienso que te ha tragado la taza del váter, aunque resulta que ni siquiera has hecho pis.
Pero cuando regresas eres una mujer nueva.

Los hombres a los que no les gusta una mujer por la mañana, una mujer desarreglada; con los pelos mal colocados en el coletero, con el maquillaje en una perfumada toallita, con la camiseta más vieja, sucia, descolorida y grande que se puede encontrar, con los dientes oliendo a menta fresca y, por encima de todo, DESCALZA… ése hombre no está enamorado, ni lo estará jamás de ninguna mujer de las de verdad, de las de chándal y cervezas, de las de pañuelo en la cabeza para el día de limpieza general.

Pero yo lo estoy hasta las trancas, de modo que reñimos cada vez que intentas ponerte el picardías que te regaló tu hermana para tu cumpleaños. A mí me gusta quitarte el camisetón con delicadeza para que no se deshaga en cachitos y se desintegre en mierda.

La verdad, una de las cosas que nunca dejará de gustarme, es tu forma de pasar por el pasillo descalza (aún sabiendo que es de baldosas y estará helado) con la boca y labios manchados de pasta de dientes, el cepillo colgando de tu boca y una toalla bajo el brazo. Me miras, sonríes y sigues con tu aseo, pero no hay día en el que no sonrías con el mismo entusiasmo, la misma timidez, la misma cobardía, la misma atracción… la misma sonrisa que me baña cada mañana y me hace el hombre menos merecedor de ti que pisa la tierra, y aunque esto pueda parecer un hecho digno de depresión, es el motivo por el que yo también te sonrío y se te escapa la pasta de la boca, tiras la toalla y vas corriendo al baño para enjuagarte la boca y venir a pegarme (siempre lo más suave posible) con la toalla.

El tacto de la toalla es el tacto del comienzo de tus besos, y su olor, el principio de la renovada rutina de mi vida.

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