El verano no es una estación del año, es una estación del corazón.
Es ese ·nosequé· que se adhiere a cada partícula del aire que penetra en tu interior y se reparte por tu cuerpo como el humo de un cigarro por una pequeña habitación.
Tiene ese puntito sabor a cloro que se te queda pegado a la piel y hace que huelas diferente, te hueles como alguien a quién le gusta el calor -te guste o no- y tus piernas se mueven con más rapidez pese a que el calor agobiante sea pesado incluso para la uña del dedo corazón del pié izquierdo de tu primo.
El Verano es una estación por la que tu corazón pasa cada año, que la espera con ilusión, porque se hace joven otra vez, regresa 6 o 7 años atrás para hacerte correr y correr por amor hasta la esquina de la habitación y pensar y soñar a solas cosas que incluso sabes que no ocurrirán, pero cada mañana te despiertas con los sueños infectados de él y clavados con chinchetas en los recuerdos. No los puedes olvidar, es imposible y eso te hace más feliz todavía que el calor y los helados... te hace más feliz porque durante unas horas has estado en el lugar por el que lo darías todo: Entre sus brazos.
Has sentido el tacto de la zona más suave de su cuerpo, has caminado durante HORAS ENTERAS por los regocijos de sus labios y lo mejor de todo es que cada mañana te crees por un instante que ha ocurrido lo mejor del verano.
Y lo único que deseas es que se vuelva a hacer de noche para vivir un poco más de lo imposible.
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